jueves, 8 de marzo de 2012

La noche de las cabañas


Lina, de su casa a la cabaña 3A

Eran más de las nueve de la noche cuando Marcos la recogió. Lina había decidido con su novio Marcos que ese viernes irían a pasar la noche en un motel. Se arregló como cualquier otro fin de semana, con un vestido corto, pero sólo cuando terminó se dio cuenta que no había quedado igual que siempre, se había arreglado más que de costumbre. Ella quería estar bonita para que Marcos no notara que estaba nerviosa, al fin y al cabo era la primera vez que ella visitaba un lugar de esos que sus amigas siempre le describían con una gran bañera, jacuzzi y cama extra doble.

El taxista los condujo por la loma después de que marcos le indicara que debía voltear a mano derecha en el semáforo frente a Monterrey. Lina estaba volteada con su cabello en la cara sin mirar a su novio porque se sentía sonrojar, al llegar a la casona que estaba en  medio de la propiedad se dio cuenta que alguien desde afuera la miraba, era un hombre que hablaba con Marcos mientras le entregaba unas llaves.

Lina no quería que nadie la viera por eso no moduló ni se retiró el cabello del rostro. En los últimos metros del recorrido se fijaba en cuál de todas esas cabañas sería la suya hasta que el taxi se detuvo en una pequeña y alejada cabaña que llevaba el 3A, cogió las llaves de las manos de Marcos y bajó con prisa del taxi mientras su novio cancelaba la carrera.

Adentro todo cambió, su rostro dejo la timidez y sus ojos se llenaron de color, se quitó las sandalias, los aretes, los anillos y mientras marcos la observaba  tomándose un trago, comenzó a desnudarse sin mucho afán al tiempo en que le indicaba a éste que también hiciera lo mismo para que la hiciera suya esa noche. Pasaron tres horas en los que el sudor, los besos, los tragos se mezclaban con las luces y el sonido del ventilador, fueron tres horas en las que Lina y Marcos pasaron de la bañera a la cama, bailando desnudos al compás de la música que les tocaba la grabadora empotrada en la pared, esa noche no hubo rock, ni vallenatos solo gemidos y mordiscos de placer que dejaban a un lado el cabello bien cepillado para volverlo añicos. Pero esa madrugada al llegar a su casa, se daría cuenta que de nada le sirvió la hora que pasó frente al espejo porque esa noche había regresado a su casa con el cabello mojado, el rimel desfigurando sus ojos y los zapatos en la mano junto a su cartera.  

Los gritos se confundían con el placer

Una noche de tantas, en el turno de diez de la noche a seis de la mañana, aparentemente todo marchaba en calma para Gustavo, el administrador del motel cuando fue sacado de su letargo por unos gritos que provenían de la cabaña número 15; a él no le parecieron extraños pues muchas veces había oído gritar a algunas mujeres mientras sus hombres las satisfacían en la cama. Gustavo no le dio mucha importancia a los gritos y continuó recibiendo las llamadas de las parejas que solicitaban la cuenta, otro trago o un taxi para marcharse.

Sin ningún afán él asignaba a los trabajadores las cabañas que debían asear o llevar los productos pues todavía faltaban unas cuantas horas para poder marcharse pero, los nuevos gritos lo sacaron de su trabajo. Se paró de la silla, caminó hacia la puerta y aguzó el oído. Sí allí mismo en una de las cabañas cercanas a la casona, de la cabaña 16 provenían los gritos de una mujer que estaba siendo violada por sus acompañantes. Gustavo, sin pensarlo dos veces dio vuelta y llamó a la policía del barrio Manila, la que no demoró mucho en capturar a los violadores de la joven que había sido seriamente lastimada.

Gustavo y sus compañeros de turno ya no se sonríen al escuchar en las noches los gemidos y gritos de prostitutas o jovencitas que van a las Cabañas, ahora permanecen atentos para que no vuelva a ocurrir un suceso como el de aquella noche pues comprenden que no todas las mujeres que los visitan gritan de placer sino también, para pedir ayuda.

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