La noche de las cabañas
Lina,
de su casa a la cabaña 3A
Eran
más de las nueve de la noche cuando Marcos la recogió. Lina había decidido con
su novio Marcos que ese viernes irían a pasar la noche en un motel. Se arregló
como cualquier otro fin de semana, con un vestido corto, pero sólo cuando
terminó se dio cuenta que no había quedado igual que siempre, se había
arreglado más que de costumbre. Ella quería estar bonita para que Marcos no
notara que estaba nerviosa, al fin y al cabo era la primera vez que ella
visitaba un lugar de esos que sus amigas siempre le describían con una gran
bañera, jacuzzi y cama extra doble.
El
taxista los condujo por la loma después de que marcos le indicara que debía
voltear a mano derecha en el semáforo frente a Monterrey. Lina estaba volteada
con su cabello en la cara sin mirar a su novio porque se sentía sonrojar, al
llegar a la casona que estaba en medio de
la propiedad se dio cuenta que alguien desde afuera la miraba, era un hombre
que hablaba con Marcos mientras le entregaba unas llaves.
Lina
no quería que nadie la viera por eso no moduló ni se retiró el cabello del
rostro. En los últimos metros del recorrido se fijaba en cuál de todas esas
cabañas sería la suya hasta que el taxi se detuvo en una pequeña y alejada
cabaña que llevaba el 3A, cogió las llaves de las manos de Marcos y bajó con
prisa del taxi mientras su novio cancelaba la carrera.
Adentro
todo cambió, su rostro dejo la timidez y sus ojos se llenaron de color, se
quitó las sandalias, los aretes, los anillos y mientras marcos la
observaba tomándose un trago, comenzó a
desnudarse sin mucho afán al tiempo en que le indicaba a éste que también hiciera
lo mismo para que la hiciera suya esa noche. Pasaron tres horas en los que el
sudor, los besos, los tragos se mezclaban con las luces y el sonido del
ventilador, fueron tres horas en las que Lina y Marcos pasaron de la bañera a
la cama, bailando desnudos al compás de la música que les tocaba la grabadora
empotrada en la pared, esa noche no hubo rock, ni vallenatos solo gemidos y
mordiscos de placer que dejaban a un lado el cabello bien cepillado para
volverlo añicos. Pero esa madrugada al llegar a su casa, se daría cuenta que de
nada le sirvió la hora que pasó frente al espejo porque esa noche había
regresado a su casa con el cabello mojado, el rimel desfigurando sus ojos y los
zapatos en la mano junto a su cartera.
Los
gritos se confundían con el placer
Una
noche de tantas, en el turno de diez de la noche a seis de la mañana,
aparentemente todo marchaba en calma para Gustavo, el administrador del motel
cuando fue sacado de su letargo por unos gritos que provenían de la cabaña
número 15; a él no le parecieron extraños pues muchas veces había oído gritar a
algunas mujeres mientras sus hombres las satisfacían en la cama. Gustavo
no le dio mucha importancia a los gritos y continuó recibiendo las llamadas de
las parejas que solicitaban la cuenta, otro trago o un taxi para marcharse.
Sin
ningún afán él asignaba a los trabajadores las cabañas que debían asear o
llevar los productos pues todavía faltaban unas cuantas horas para poder
marcharse pero, los nuevos gritos lo sacaron de su trabajo. Se paró de la
silla, caminó hacia la puerta y aguzó el oído. Sí allí mismo en una de las
cabañas cercanas a la casona, de la cabaña 16 provenían los gritos de una mujer
que estaba siendo violada por sus acompañantes. Gustavo, sin pensarlo dos veces
dio vuelta y llamó a la policía del barrio Manila, la que no demoró mucho en
capturar a los violadores de la joven que había sido seriamente lastimada.
Gustavo
y sus compañeros de turno ya no se sonríen al escuchar en las noches los
gemidos y gritos de prostitutas o jovencitas que van a las Cabañas, ahora
permanecen atentos para que no vuelva a ocurrir un suceso como el de aquella
noche pues comprenden que no todas las mujeres que los visitan gritan de placer
sino también, para pedir ayuda.
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