viernes, 2 de marzo de 2012

Bombay... de la Bomba al Bar


Hasta hace algunos años Bombay, esa pequeña cantina donde solían sentarse los abuelos a tomarse sus aguardienticos desde temprano en la mañana, era esa casa de bareque pintada de blanco, con poca iluminación adentro y con su isla de gasolina afuera, ésa que sólo  recuerdan algunos habitantes de Sabaneta. Y es que esa cantina ya no es la de antaño.

Con  el pasar del tiempo y la modernización del pequeño pueblo sus dueños la familia Montoya decidieron meterle  la mano para estar a tono con las demás fondas y cantinas de Sabaneta, visitadas por jóvenes y viejos del valle de Aburrá, ahora la esquina que recibe a propios y extraños tiene un color terracota en su fachada, grandes lámparas de hierro forjado iluminan el pequeño espacio y han cambiado sus viejas sillas naranjas de plástico por fuertes sillas de madera bien embetunada que apenas empiezan su vida de farras y borrachos.

Quienes son jóvenes en esta época no recordarán al indio, un hombre pequeño de mirada oscura como su cabello, que día y noche se la pasaba con un tinto y un cigarrillo jugando en las tragamonedas en el corredor de la cantina  y desconocerán por completo el interior oscuro en el que una radiola sonaba bulliciosa las canciones de Helenita Vargas y las Hermanitas Calle porque cuando entran a Bombay  esas mismas melodías y otras canciones de despecho las cantan a todo pulmón los enormes parlantes de un computador.

Bombay está sola en su esquina luchando por no seguir siendo cambiada como las demás casas coloniales de Sabaneta en las que funcionan heladerías y restaurantes, ella grita silenciosa a sus nuevos vecinos y a los  que pasan por ahí en bus el día de la auxiliadora  que ella, la casona de bareque fue parte esencial de un pueblo en crecimiento esa que callaba las buenas y malas noticias de las familias que habitaron y aún habitan en Sabaneta, porque sus paredes escucharon por mucho tiempo el repicar del primer teléfono del pueblo a donde acudían los Palacio, Díaz, Álvarez y Montoyas para recibir noticias de sus familiares de Medellín; y sus cimientos albergaron la gasolina - porque también fue la primera bomba - que salía de su isla para saciar la sed de los primeros carros que la visitaron y el juguete preferido de los niños, que jugaban a tanquear sus bicicletas, cuando esta había dejado de funcionar por allá a fines de los 80; esos niños que ahora son grandes y pasan en bus o a pie que van de vez en cuando a tomar aguardientico, escuchar música o a ganar algunas monedas en las máquinas en compañía de  los recuerdos como los abuelos que desde temprano están sentados en esa esquina ahora terracota.  

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