Bombay... de la Bomba al Bar
Hasta hace algunos años
Bombay, esa pequeña cantina donde solían sentarse los abuelos a tomarse sus
aguardienticos desde temprano en la mañana, era esa casa de bareque pintada de
blanco, con poca iluminación adentro y con su isla de gasolina afuera, ésa que
sólo recuerdan algunos habitantes de
Sabaneta. Y es que esa cantina ya no es la de antaño.
Con el pasar del tiempo y la modernización del
pequeño pueblo sus dueños la familia Montoya decidieron meterle la mano para estar a tono con las demás
fondas y cantinas de Sabaneta, visitadas por jóvenes y viejos del valle de
Aburrá, ahora la esquina que recibe a propios y extraños tiene un color
terracota en su fachada, grandes lámparas de hierro forjado iluminan el pequeño
espacio y han cambiado sus viejas sillas naranjas de plástico por fuertes
sillas de madera bien embetunada que apenas empiezan su vida de farras y
borrachos.
Quienes son jóvenes en
esta época no recordarán al indio, un hombre pequeño de mirada oscura como su
cabello, que día y noche se la pasaba con un tinto y un cigarrillo jugando en
las tragamonedas en el corredor de la cantina
y desconocerán por completo el interior oscuro en el que una radiola
sonaba bulliciosa las canciones de Helenita Vargas y las Hermanitas Calle
porque cuando entran a Bombay esas
mismas melodías y otras canciones de despecho las cantan a todo pulmón los
enormes parlantes de un computador.
Bombay
está sola en su esquina luchando por no seguir siendo cambiada como las demás
casas coloniales de Sabaneta en las que funcionan heladerías y restaurantes,
ella grita silenciosa a sus nuevos vecinos y a los que pasan por ahí en bus el día de la
auxiliadora que ella, la casona de
bareque fue parte esencial de un pueblo en crecimiento esa que callaba las
buenas y malas noticias de las familias que habitaron y aún habitan en
Sabaneta, porque sus paredes escucharon por mucho tiempo el repicar del primer
teléfono del pueblo a donde acudían los Palacio, Díaz, Álvarez y Montoyas para
recibir noticias de sus familiares de Medellín; y sus cimientos albergaron la
gasolina - porque también fue la primera bomba - que salía de su isla para
saciar la sed de los primeros carros que la visitaron y el juguete preferido de
los niños, que jugaban a tanquear sus bicicletas, cuando esta había dejado de
funcionar por allá a fines de los 80; esos niños que ahora son grandes y pasan
en bus o a pie que van de vez en cuando a tomar aguardientico, escuchar música
o a ganar algunas monedas en las máquinas en compañía de los recuerdos como los abuelos que desde
temprano están sentados en esa esquina ahora terracota.
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